ESI- TALLER 1 07/09
07/09
Apellido y Nombre: Año:
Hola chicos y chicas!!! Vamos a
comenzar a trabajar con ESI, (Educación Sexual Integral).
La primera actividad es leer este
cuento. Pueden leerlo mientras escuchan la narración del mismo que mandaremos
en un audio..
Al final respondan las preguntas. En la próxima entrega de mercadería deberán entregarlo en la escuela.
El club de los perfectos
Autora: Graciela Montes
Hay gente que ya está cansada de que
yo cuente cosas del barrio de Florida. Pero no es culpa mía: en Florida pasa
cada cosa que una no puede menos que contarla.
Como la historia esa del Club de los
Perfectos.
Porque resulta que los perfectos de
Florida decidieron formar un club.
Algunos de ustedes preguntarán
quiénes eran los Perfectos. Bueno, los Perfectos de Florida eran como los
Perfectos de cualquier otro barrio, así que cualquiera puede imaginárselos.
Por ejemplo, los Perfectos no son
gordos pero tampoco son flacos.
No son demasiado altos, y mucho menos
petisos.
Tienen todos los dientes parejos y
jamás de los jamases se comen las uñas.
Nunca tienen pie plano ni se hacen
pis encima.
No son miedosos. Ni confianzudos.
No se ríen a carcajadas ni lloran a
moco tendido.
Los Perfectos siempre están bien
peinados, siempre piden “por favor” y jamás hablan con la boca llena.
Hay que reconocer que los Perfectos
de Florida no eran muchos que digamos. Es más, eran muy pocos. Tan pocos que
había calles, como Agustín Álvarez, donde no podía encontrarse un Perfecto ni
con lupa. Pero -pocos y todo- decidieron formar un club porque todo el mundo
sabe que a los Perfectos sólo les gusta charlar con Perfectos, comer con
Perfectos y casarse con Perfectos.
El Club de los Perfectos fue el
tercer club de Florida. Los otros dos eran el Deportivo Santa Rita y el Social
Juan B. Justo.
El Deportivo Santa Rita era sobre
todo un club de fútbol. Los sábados por la tarde se llenaba de floridenses
porque los sábados por la tarde se jugaban los partidos amistosos con el equipo
de Cetrángolo.
El Social Juan B. Justo era el club
de los bailes. Los sábados por la noche los floridenses que querían ponerse de
novios se reunían a bailar con los Rockeros de Florida entre guirnaldas verdes,
rojas y amarillas.
Pero el Club de los Perfectos era
otra cosa.
Para empezar no era ni un galpón ni
una cancha. Era una casa en la calle Warnes, con grandes ventanales y una verja
alta de rejas negras. Y en el jardín que daba al frente, nada de malvones,
dalias y margaritas, sólo palmeras esbeltas, rosales de rosas blancas y gomeros
de hojas lustrosas.
Los sábados por la noche los
Perfectos llegaban al club con sus ropas planchadas y sus corbatas brillantes.
Como eran perfectamente puntuales llegaban todos juntos.
Se sentaban alrededor de la mesa con
mantel almidonado y vajilla deslumbrante. Comían tranquilos y educados.
Masticaban bien. Sonreían. Nunca parecían tener hambre. Ni apuro. Ni sueño. Ni
rabia. Ni ganas. Ni celos. Ni frío.
Tan diferentes eran, que a los
floridenses se les hizo costumbre eso de ir a visitar el Club de los Perfectos.
Bueno, visitar es una manera de decir porque al Club de los Perfectos sólo
entraban Perfectos, y los demás miraban de afuera.
Lo cierto es que, a eso de las siete
de la tarde, en cuanto terminaba el partido, los del Deportivo Santa Rita se
venían en patota a la calle Warnes y, a eso de las ocho, antes de ir para el
baile del Social Juan B. Justo, las parejas de novios pasaban por la calle
Warnes para echarles una ojeadita a los Perfectos.
Los floridenses se apretaban todos
junto a la verja. Eran un montón, pero ninguno era perfecto. Estaba doña
Clementina, llena de arrugas; el nieto de don Braulio, que era un poco arisco;
el chico del almacén, que era petiso; Antonia, llena de pecas… y chicos que
usaban aparatos en los dientes, chicos que a veces se comían las uñas, chicos
que a veces se hacían pis encima, chicos con mocos, muchachos que clavaban los
dientes en los sánguches de milanesa porque tenían hambre y chicas un poco
despeinadas porque había viento.
Los sábados por la noche el Club de
los Perfectos estaba siempre rodeado de floridenses. Y fue por eso que, cuando
pasó lo que tenía que pasar, hubo muchos que pudieron contarlo.
Resulta que estaban ahí los
Perfectos, tan perfectos como siempre reunidos alrededor de la mesa, perfectamente
bronceados porque era verano y perfectamente frescos y perfumados, cuando pasó
lo que tenía que pasar.
Pasó una cucaracha.
Una cucaracha lisita, negra,
brillante, en cierto modo una cucaracha perfecta, que trepó lentamente por el
mantel almidonado y empezó a caminar, perfectamente serena, por entre los
platos.
El primero que la vio fue un Perfecto
de saco blanco y corbata a rayas, perfectamente rubio. La cucaracha se
acercaba, pacíficamente, hacia su plato.
El Perfecto rubio se puso de pie…
demasiado bruscamente, porque voló la silla, empujó con el codo el plato
decorado, que se estrelló contra el piso, y derramó el vino tinto de su copa
labrada sobre la Perfecta de vestido blanco.
La cucaracha entre tanto,
posiblemente sorda y seguramente valiente, seguía recorriendo la mesa,
desviándose sin sobresaltos cuando se le interponía algún plato.
Los Perfectos en cambio sí que
parecían sobresaltados. Había algunos que se subían a las sillas y gritaban
pidiendo ayuda, y otros que se comían velozmente las uñas acurrucados en los
rincones. Había algunos que lloraban a moco tendido y otros que, de puro
nerviosos, se reían a carcajadas.
El mantel ya no parecía el mismo,
lleno como estaba de platos rotos y copas volcadas. Y serena, parsimoniosa, la
machita negra y lustrosa proseguía su camino.
Los floridenses que estaban junto a
la reja al principio no entendían. Se agolpaban para ver mejor, los de la
primera fila les pasaban noticias a los de atrás. Aníbal, el relator de los
partidos amistosos, se trepó a lo alto de la verja y empezó a transmitir los
acontecimientos:
―El Perfecto de la Camisa a Cuadros
se cae de espaldas. Rueda. Quiere ponerse de pie, trastabilla y cae sobre la
Perfecta del Collar de Nácar. La Perfecta del Collar de Nácar pierde la peluca.
Se arroja al suelo y camina en cuatro patas tratando de recuperarla. El
Perfecto del Traje Azul tropieza con ella, pierde el equilibrio y cae… Cae
también su dentadura, que golpea ruidosamente contra la pata de la mesa…
Arrugados, despeinados, manchados y
llorosos, los Perfectos fueron abandonando la casa de la calle Warnes. Los
floridenses los miraban salir y no podían casi reconocerlos. Algunos estaban
pálidos. Otros parecían viejos. Algunos, si se los miraba bien, eran
francamente gordos. Y todos, uno por uno, estaban muertos de miedo.
A los floridenses más burlones les
daba un poco de risa.
Los floridenses más comprensivos les
sonreían y les daban la bienvenida: al fin de cuentas no era tan malo estar de
este lado de la reja.
De más está decir que ese mismo día
se disolvió el Club de los Perfectos.
Y cuentan en el barrio que los
sábados por la tarde algunos de los que fueron sus socios llegan cansados y
hambrientos del Deportivo Santa Rita y que otros van, un poco despeinados, al
Social Juan B. Justo.
Cuentan también que en la casa de la
calle Warnes ahora crecen malvones.
Y parece que así es mucho mejor que
antes.
Para responder en estas mismas hojas.
Lo deberán enviar en la próxima entrega de alimentos.
1-
Qué es “ser perfecto”?
2-
Existen las personas perfectas?
3-
En qué nos enriquecen las diferencias
entre las personas?
4-
Aceptás a los demás como son?
5-
Qué sucedería en un grupo si no
aceptáramos las diferencias?
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